El mercado medieval que parece Edimburgo está a una hora de Barcelona
En tiempos donde el turismo de masas agobia las grandes capitales europeas, surge una alternativa inteligente: la Fira Medieval de Vic, que del 6 al 8 de diciembre transforma esta ciudad catalana en un auténtico poblado del siglo XV.
Con 240.000 visitantes en su edición 2024, este evento demuestra que la oferta cultural descentralizada no solo es viable, sino altamente rentable. La propuesta es clara: experiencia auténtica sin las multitudes de Barcelona, accesible en menos de una hora desde la capital catalana.
Un modelo de desarrollo turístico inteligente
Vic, capital de Osona, ha encontrado en su feria medieval una fórmula exitosa que combate la despoblación rural mientras genera actividad económica genuina. Durante tres días, más de 100 eventos llenan las calles con artesanos, tabernas y espectáculos que recrean fielmente la vida medieval.
El evento funciona de 10 a 20 horas, con una programación que incluye desde pasacalles hasta degustaciones de productos artesanales: quesos, embutidos y dulces elaborados según métodos tradicionales. Una propuesta que dignifica el trabajo artesanal frente a la producción industrial masiva.
Sostenibilidad como ventaja competitiva
La feria ha obtenido el certificado B Greenly, posicionándose como evento sostenible. Esta certificación no es mero marketing: refleja una comprensión moderna de que la rentabilidad a largo plazo requiere responsabilidad ambiental.
La novedad de 2024 es el concurso Èter, que reconoce los mejores productos artesanales en cuatro categorías: artesanía, arte, alimentación y gastronomía. Una iniciativa que profesionaliza el sector y estimula la innovación dentro de la tradición.
Conectividad eficiente
La accesibilidad es clave del éxito: 51,7 kilómetros desde Barcelona, 56 minutos en coche. El transporte público funciona con Sagalés (línea e12) desde Gran Vía y Teisa hacia Olot, con precios desde 14,10 euros. Para usuarios de T-mobilitat, el trayecto resulta gratuito.
Esta feria medieval demuestra que el desarrollo económico inteligente no requiere megaproyectos faraónicos. Basta con valorizar el patrimonio existente, ofrecer experiencias auténticas y mantener la calidad por encima de la cantidad.